LAS AGUAS SUPERFICIALES: EMBALSES Y TRASVASES.
El
agua presente en nuestro planeta no es agua pura. Solo la que se encuentra en
forma de vapor en la atmósfera y gran parte de la que se acumula en los polos
como hielo pueden considerarse casi libres de otras sustancias. El resto, es
decir, el agua líquida posee siempre en menor o en mayor medida sales disueltas
y otras sustancias, captadas a lo largo de su discurrir por la geosfera. Cada
río, cada acuífero, cada océano posee agua con una composición determinada.
Cuando hablamos de agua dulce damos por sentado que dicha agua no posee
apenas sales, pero en ningún caso hemos de suponer que se trata de “agua
destilada o desmineralizada”.
Sabemos
que el agua se halla en movimiento,
constituyendo un ciclo y localizándose en diferentes compartimentos
interrelacionados. Las aguas continentales son las que discurren sobre los
continentes y por lo tanto excluyen a las de los océanos y a las de la
atmósfera. Podemos considerar que estas aguas continentales se mueven siempre a
favor de la gravedad discurriendo hacia niveles más bajos y llegando a los
océanos si no hay impedimentos topográficos. En caso contrario, pueden
acumularse en ciertos acuíferos subterráneos y en depresiones superficiales que
son los lagos.
El
agua al precipitar puede tomar varios caminos que básicamente son la escorrentía
superficial y la infiltración. En el primero de los casos, podemos
distinguir las aguas salvajes o sin canalizar; los torrentes, que
son aguas canalizadas que discurren sólo temporalmente y en zonas,
generalmente, de gran pendiente y corto recorrido; los ríos, que se
definen como cursos permanentes de agua canalizada. En el caso de que el agua
se infiltre, una parte puede permanecer como agua retenida en el suelo y
otra, en profundidad hasta formar parte de las aguas subterráneas.
La
proporción de agua que discurra en superficie y la que se infiltre dependerá de
varios factores:
-Tipo
de precipitación: una lluvia torrencial (mucha agua en poco tiempo) se infiltra
poco.
-Tipo
de suelo: si es arcilloso, el agua no se infiltra con facilidad.
-Presencia
de vegetación: una vegetación abundante favorece la infiltración.
-Pendiente
del terreno: a más pendiente, menor infiltración.
El
agua infiltrada y acumulada en un acuífero (agua subterránea) puede volver a la
superficie en forma de manantiales y surgencias de laguna e incluso de río.
Los
ríos son los agentes modeladores de relieve más importantes en nuestras
regiones de clima templado. Son así mismo accidentes geográficos muy llamativos
en los paisajes, pero los ríos son solo una parte de un todo más amplio: las
redes de drenaje.
Cuando
llueve en una zona con relieve, una parte del agua se infiltra y desciende a
favor de la gravedad formando aguas subterráneas y otra parte corre por la
superficie (escorrentía superficial) produciendo efectos erosivos y de
transporte de materiales. Estas aguas corren en principio sin cauce fijo como
aguas salvajes, posteriormente se canalizan formando torrentes y, por último,
confluyen en zonas más bajas alimentando ríos. Estos ríos corren pendiente
abajo y acaban por desembocar en ríos mayores. Y así, normalmente una gran
cantidad de estos últimos desemboca en un último río que llevará el agua de
todos hasta un océano. Todos esos ríos que desembocan en otros, reciben el
nombre de ríos tributarios o afluentes
Toda
red de torrentes, ríos y acuíferos (agua subterránea) que recoge el agua
de una región y la canaliza en un río mayor es una red de drenaje (ver
diapositiva de la zona del puerto de Coberteras). Una red de drenaje se forma
espontáneamente en cuanto un terreno no sea horizontal: el agua siempre busca
el camino más fácil a favor de la pendiente y acaba drenando hacia la parte más
baja. Cuando una red de drenaje alcanza una gran magnitud recibe el nombre de CUENCA
HIDROGRÁFICA. Ejemplos de cuencas hidrográficas son las del río
Guadalquivir, del Guadiana, del Tajo, del Duero o del Segura. Una cuenca
hidrográfica puede tener una gran extensión y, en cierta medida, toda su agua
está relacionada porque se encuentra en movimiento siguiendo el ciclo hidrológico
.
Normalmente
las cordilleras, como alineaciones de montañas que son, presentan dos fachadas
orientadas en direcciones opuestas, de modo que las aguas que se recogen en una
de ellas pertenecerán a una cuenca hidrográfica y las que corren por la otra
vertiente pertenecerán a otra (los ríos nacidos en Sierra Morena o vierten al
Guadalquivir o lo hacen al Guadiana). Por eso las líneas de cumbres de las
cordilleras que separan dos cuencas hidrográficas contiguas reciben el nombre
de divisorias de aguas.
LA
CIRCULACIÓN SUPERFICIAL: LOS RÍOS.
Un
río es un curso de agua permanente. Al canal por el que discurre se denomina cauce.
Los ríos suelen presentar variaciones de caudal estacionales. Esto nos hace
distinguir entre el cauce ordinario, que es el que ocupa la mayor parte
del tiempo. En épocas de lluvia o cuando tiene lugar una avenida (crecida), las
aguas circulan por el cauce mayor o de inundación, que puede abarcar
toda la extensión del valle. En verano los ríos de Andalucía y de toda la
“España seca” (con clima mediterráneo) reducen su caudal ocupando tan sólo el cauce
de estiaje, que es un canal de menor tamaño que el ordinario y que se sitúa
encajado en éste.
El
caudal que lleva un río procede de dos tipos de aportes:
Escorrentía
directa: formada por la precipitación
sobre el cauce y por la arroyada (los torrentes que van a parar al cauce del
río y las aguas salvajes que alimentan a los torrentes).
Flujo
de base: bajo el cauce y en los
alrededores hay agua subterránea gracias a la cual el río se mantiene
circulando aun después de cesadas las precipitaciones. Un río siempre lleva
asociado un acuífero bajo él Los ríos
discurren sobre materiales sedimentarios depositados por ellos mismos en épocas
pasadas y que constituyen auténticas “esponjas” por donde circula el agua.
Justamente en el cauce ordinario aflora el agua al sobrepasar el nivel
freático la superficie del terreno (el cauce ordinario del río siempre es
la zona más baja del valle en cada punto). Por eso, las vegas de los ríos son
tan fértiles, ya que aparte de la composición mineral adecuada, allí donde se
haga un pozo se encontrará siempre agua a muy poca profundidad.
El
régimen o fuente de alimentación de un río puede ser:
•
Glacial: la escorrentía directa
proviene del deshielo del extremo final de los glaciares. Su máximo caudal
corresponderá a los meses de julio y agosto.
•
Nival: la escorrentía directa
proviene de la fusión de la nieve en primavera (abril y mayo).
•
Pluvial: la escorrentía directa
proviene de la distribución de lluvias. En el área mediterránea aparecerá un
mínimo en verano (caudal de estiaje), y dos máximos, uno en primavera y otro en
otoño.
•
Todas las combinaciones anteriores posibles: glacio-nival, pluvio-nival, etc.
• Subterráneo:
muchos ríos nacen en fuentes o manantiales o bien en surgencias.
Por lo tanto, son alimentados por aguas subterráneas, pero no olvidemos que a
su vez estas aguas se infiltraron con anterioridad y su procedencia inicial
podrá ser pluvial, nival, etc.
Los
ríos producen una alteración del paisaje y, de hecho, en las zonas de clima
templado son los principales modeladores del relieve, al ser el agua un
excelente agente de erosión, transporte y sedimentación. La erosión es un
fenómeno que implica transporte; en el caso de partículas arrastradas por las
aguas, éste se lleva a cabo mediante rodadura en el fondo del lecho, por
saltación o en suspensión, dependiendo del tamaño de las partículas y del poder
energético de la corriente. Una fracción de la carga total que transporta el
río viaja en forma de iones disueltos en el agua. Los ríos erosionan
fundamentalmente el fondo del cauce (erosión lineal), encajándose
en el suelo y creando un valle de paredes verticales. Esta pendiente es
erosionada por las aguas salvajes procedentes de la lluvia y el deshielo que se
mueven a favor de la gravedad, suavizando dicha pendiente y agrandando el valle
que toma una típica sección transversal de V (erosión areolar).
En el caso de rocas muy resistentes como las calizas, el río se encaja
profundamente y las paredes mantienen su verticalidad, originándose un cañón
o garganta. Dado que es un material que se altera con facilidad, el hecho
de que las paredes permanezcan casi verticales lleva a pensar que el fenómeno
de formación del cañón ha sido muy reciente (no ha habido tiempo suficiente
para que sean erosionadas las paredes) y probablemente ha sido producido por
erosión remontante del río
LAS
AGUAS ESTANCADAS: LAGOS Y EMBALSES.
Además
de agua que corre, también hay aguas superficiales que se acumulan y permanecen
más o menos quietas. Los lagos son acumulaciones de agua dulce o salada,
que ocupan depresiones de la superficie continental. Debido a los sedimentos
aportados por los ríos y la arroyada, el fin de todos ellos es la colmatación
(o relleno). Pueden ser alimentados por ríos, por fusión de nieves y hielos,
por la lluvia, por torrentes o por aguas subterráneas (=freáticas) que afloran
(que asoman en los puntos más bajos de una zona). Los lagos pueden poseer un emisario
o desagüe, superficial (un río) o subterráneo, de modo que el agua se va
renovando. También hay lagos con río tributarios que les aportan agua (mar
Muerto y río Jordán). Hay lagos permanentes y otros estacionales. Estos últimos
suelen ser salobres (contienen más sales que el agua dulce) o salados (más
concentración de sal que los anteriores), por acumulación de sales minerales a
lo largo de mucho tiempo. Las lagunas estacionales de aguas salobres suelen
ocupar zonas bajas del interior y, como ya se ha dicho, aparecen cuando el
nivel freático (de las aguas subterráneas) tras las épocas de lluvias asciende
y asoma en la superficie en esas zonas más bajas. Si estas lagunas no tienen
ningún desagüe, se las denomina lagunas endorreicas. A las cuencas que
recogen el agua de una región a través de una red de drenaje y la acumulan en
un lago o, en cualquier caso, no la vierten al mar se las denomina cuencas
endorreicas. Cuencas endorreicas de tamaño descomunal son, por ejemplo, las
que constituyen el mar Negro, el mar Caspio o el mar de Aral, todos ellos en
Eurasia. Por contraposición, aquellas cuencas que drenan el agua al mar,
reciben el nombre de cuencas exorreicas (El río Nilo nace en el lago
Victoria). [Reos = fluir]
En
los lagos de grandes dimensiones (los de pequeño tamaño son denominados
lagunas) se pueden distinguir distintas zonas en función de la profundidad:
así, a los primeros metros, allí donde penetra la luz solar, los denominamos
zona fótica y a partir de ésta, se encuentra la zona afótica. Es muy importante
esta distinción porque marca el límite de la vida vegetal y por lo tanto de los
ecosistemas acuáticos. La temperatura del agua también nos marca, al menos en
algunos momentos del año (verano), dos grandes zonas: una superficial de agua
calentada por el Sol y que denominamos epilimnion y otra más profunda y
fría que se llama hipolimnion. Entre una y otra capa hay una estrecha
franja en la que la temperatura disminuye bruscamente y que se denomina termoclina.
Según el clima (latitud) en el que se encuentren los lagos, sus gráficas de
temperatura/profundidad variarán: en zonas tropicales hay termoclina todo el
año; en las altas, y frías latitudes, no hay nunca termoclina.
EMBALSES
Y TRASVASES
Los
embalses son masas de agua acumuladas en determinados tramos de los ríos
gracias a construcciones llamadas presas. Los embalses pueden tener varias
funciones. Fundamentalmente suponen una reserva de agua que podrá ser empleada
para riegos y para consumo humano. Pueden servir para frenar una avenida de
agua en una crecida de caudal y puede obtenerse energía eléctrica cuando se
desembalsa agua. Pueden incluso suponer un recurso turístico si se hace de
ellos un uso recreativo. Los embalses están abocados a la colmatación y en
muchos casos, debido a la contaminación de sus aguas, a la eutrofización.
Dentro
del epígrafe que se está tratando hay que hacer un comentario acerca de las
canalizaciones y embalses de nuestro país. Hay que decir que España es uno de
los países del mundo con un mayor aprovechamiento hidráulico: desde principios
del siglo XX han sido construidas decenas de grandes embalses y centenares de
pequeños. A pesar de los grandes impactos que han generado y de que muchos de
ellos por su propio diseño o localización no han sido de utilidad, en un país
como el nuestro, con una distribución temporal y espacial muy irregular de los
recursos hídricos han permitido paliar el grave problema que supone la falta de
agua en muchos lugares y en muchas épocas del año. Además, estos embalses han
servido para disminuir los riesgos de las grandes avenidas de agua estacionales
y han permitido obtener electricidad.
También
y a lo largo del siglo XX se realizaron canales para llevar el agua a zonas
relativamente alejadas. Lo que en principio no ha resultado de tanta utilidad
han sido los trasvases de aguas entre cuencas. El ejemplo más llamativo
es el trasvase Tajo-Segura, concluida su construcción en 1.979 y que debe
suministrar agua de la cuenca del río Tajo a la del río Segura, más
deficitaria. El resultado ha sido que solo uno de cada varios años ha podido
trasvasarse agua y nunca en la cantidad máxima asignada, simplemente por la
razón de que el río Tajo no lleva el agua suficiente: errores en los cálculos,
años de sequía, sobreexplotación de las aguas subterráneas asociadas al río y,
por supuesto, el cambio climático, han hecho que esa obra compleja,
inmensamente cara y de alto impacto ambiental no haya cumplido con su propósito.
Como además se trata de llevar agua de una Comunidad Autónoma a otra, y no
sobra, los conflictos están servidos. “Las guerras por el agua” ya empiezan a
ser un hecho.
Embalses
y trasvases son obras de ingeniería de una gran complejidad técnica y de un
coste económico y ambiental muy elevado. Estudiar pros y contras de estos
proyectos resulta decisivo para evitar errores que en muchos aspectos nos salen
caros a todos.
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